viernes, 9 de julio de 2010

El caminante

El camino se estira y se curva a lo lejos. Desaparece por un trecho, para luego reanudar su dibujo de serpiente empedrada. ¿Va o viene? No importa. Es un camino: es su esencia el ser nexo y contacto entre dos puntos. El caminante pasa por allí, abstraído tal vez, pensando en lo que ha dejado o avizorando lo que encontrará... El camino lo ve pasar, inmutable (no es su deber de camino interpelar a los que lo transitan). Sólo está, existe para permitir el viaje.
Y el viajero es libre de elegir el rumbo. El sabor de la libertad impregna su paso. Unas veces se le hace muy fácil, como si avanzara sobre el agua. Otras, en cambio, las piedras afiladas hieren su pies y la soledad lo agobia. Entonces su voluntad lo impulsa y lo sostiene. No se altera porque sabe que al final del camino alguien lo espera. Intuye que el retorno es posible. No olvida que lleva consigo lo más importante, algo que no se deja atrás aunque sea mucha la distancia recorrida. Guarda en el alma el cariño inamovible de los suyos, algo que nunca cambia ni se pierde.

A veces creemos que estamos lejos de los seres queridos porque no podemos verlos pero su imagen, su cálida presencia están siempre con nosotros.

2 comentarios:

  1. Ese camino que tomamos siempre nos parece largo, lento, que nunca llegamos a su fin, que tiene demasiados obstáculos. Pero, de regreso, ese camino siempre se torna rápido, tal vez porque traemos buenos recuerdos o porque hemos descargado una pesada mochila.
    La cuestión es no dejar de transitarlo.

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