jueves, 5 de agosto de 2010

La vida

Pasan los días, como el agua de un río que nunca se detiene... Nosotros fluimos con el río, somos parte de su eterno movimiento. Algunas veces, una piedra nos golpea o hiere nuestros pies desnudos. Surge la tentación entonces de salirnos del agua para evitar el sufrimiento. Quedarnos afuera, en la seguridad de la orilla para ver la corriente que fluye turbulenta o clara, desde lejos, sin mojarnos siquiera. Si eso ocurre, dejamos de movernos sin avanzar en el río de la vida, nos perdemos lo más importante: la experiencia vital que, ya sea que nos traiga la felicidad o la tristeza, nos mantiene en contacto con nuestra esencia humana, con nuestro devenir temporal.