lunes, 24 de mayo de 2010

Adentro, yo

Andamos por la vida siguiendo una especie de libreto, como si alguien (poderoso, por cierto), nos lo hubiera escrito de antemano y nos hubiera dado, además, la orden de cumplirlo contra viento y marea, sin vacilar siquiera en las peores circunstancias... ¿Por qué tanta obstinación? Alguien dirá que así es como se vive en una sociedad civilizada, en la que cada uno debe cumplir con la parte que le toca. No valen disculpas ni demoras: el deber llama. Pero y si falta la voluntad? Porque -no nos engañemos- es como si en ese contrato que sin saber hemos firmado no se sabe cuándo ni con quién, nadie nos hubiera leído la letra chica, esa donde estaba lo importante: aquella cláusula que decía que no podías dejar de hacer eso, aunque ya no te gustara o te fuera directamente insoportable...
En esa lucha interna entre el deber y el desear se mueren nuestros sueños. En la constante, abrumadora frustración uno siente que le falta el aire, que un peso insoportable le oprime el pecho. Tal vez grite, o no porque - por supuesto- está fuera de libreto, y si grita, lo hará disimulando... Es tan difícil animarse a decir basta; resulta tan inadecuado y de mal gusto atreverse a ir contra la corriente y hacer lo inesperado. Porque de eso se trata, en realidad, de salirse de programa y ser espontáneo. Hacer por una vez, aunque sea una sola, lo que se nos da la real gana. Sería como mostrar el propio rostro, sin maquillaje ni máscara ninguna. No la cara compuesta del trabajo, ni el porte elegante de la ceremonia; no el traje sobrio, o el peinado perfecto. Por un rato, animarnos a ser nosotros mismos. Enorme desafío. Enseguida el temor surge: Y si no nos aceptan? Podrían asustarse ante nuestro nuevo yo desconocido. El espectáculo puede llegar a resultar intolerable...
Si eso ocurre, no dsesperemos. Pintar una sonrisa es buen recurso. Un guiño cómplice ayudará a restaurar el vínculo. No pasa nada, che. Y continuamos.
A la mañana, a veces, me despierto distinta. Las horas de la noche -muchas desveladas- me permiten recuperar ese otro yo que todavía sueña. El efecto dura poco. Al rato van volviendo todos los rostros que el día me impone. Entonces busco una salida: canto, leo o releo mil veces a mis autores predilectos. Hago esfuerzos por conservar mi rostro, el único auténtico, para que, cuando vengas, cuando atravieses mi puerta, vos lo veas y no me tengas miedo.